¿Cuál es el mayor temor de un “gamer”? Podría ser que se malogre o se roben nuestra consola, PC o portátil; no tener dinero para la nueva secuela de nuestra franquicia favorita, hasta no poder aprovechar ofertas digitales por falta de saldo en la tarjeta o no estar preparado para un torneo, sólo por mencionar algunas.

Pero creo que hay un temor más grande: EL TEMOR A DEJAR DE JUGAR.

Todos tenemos un hobby, todos hacemos lo imposible por mantener esa afición a toda costa sea cual sea: los gadgets tecnológicos, algún deporte, ser parte de un fandom o, por supuesto, los videojuegos.

Sin embargo, todos vamos a crecer y no sabemos qué puede pasar, a quien vamos a conocer, y ese temor al cambio es un gran error que muchos “gamers” cometemos. Y lo afirmo con conocimiento de causa, me ha pasado y es algo que hoy en día sigo escuchando repetir a jóvenes y no tan jóvenes.

Ya he contado esta historia, pero ahí va: fui un niño y un adolescente muy “vicioso”. A los 10 años si me dabas un juego nuevo podía estar DÍAS pegado al Nintendo, solo parándome de la cama para ir al baño y comer. De adolescente, estando en 4to de secundaria, empecé a trabajar en las tardes en el local en el que alquilaban el Super Nintendo en mi barrio. Iba en las tardes y me ganaba mis 5 soles al día de 4 a 9 P.M., los sábados y domingos 10 soles por ser todo el día. No descuidaba mis notas, pero descuidé muchas otras cosas como las relaciones familiares. Ya no iba a reuniones ni fiestas; si alguien quería verme tenía que ir al local donde estaba y eso (por ejemplo) no lo iba a hacer mi abuela.

En los siguientes 3 años aparecieron nuevas consolas como el N64, PS1, Dreamcast y algunas más. Ya que estaba en “el negocio” las tenía casi desde su lanzamiento a mi disposición. Dejé de ver a varios amigos y amigas y estaba pasando de “vicioso del barrio” a “el loquito que solo habla de juegos”. Empecé a pasar las fiestas de Año Nuevo y Navidad en el local y me desconecté del mundo como si no hubiera nada mejor que hacer. Solo quería jugar y jugar sin límites ni consecuencia. Hasta que un día mi padre me dijo que quería que lo acompañe a visitar a un amigo suyo en un centro comercial; era el recién inaugurado Jockey Plaza y quería que consiga un trabajo “de verdad”.

Por supuesto, me opuse. Aunque no sirvió de nada, tuve que tomarme una foto decente para un curriculum y cortarme el pelo. Cuando me entrevistaron y me dijeron cuanto iba a ganar por la campaña navideña (25 soles diarios) me sentí millonario. El trabajo era duro y parejo por unas 10 horas al día, tenía que viajar con combi unos 45 minutos y, claro, no iba a poder jugar mientras el trabajo dure. Al terminar el mes de diciembre me ofrecieron un puesto estable. Como quería seguir teniendo tiempo para jugar, pedí un puesto part-time. Al principio estuve satisfecho; hacía cálculos para comprarme mis propias consolas y TV, me compré un Discman para estar acompañado en esos largos viajes y tenía un nuevo círculo social.

Hasta que llegó algo que a todos nos va a pasar: conocía a alguien en el trabajo, ese alguien me “daba bola” y progresivamente fui dejando mi hobby en segundo plano. El tratar de pasar el mayor tiempo posible con alguien más es algo normal.

Ya tenía mi propio PlayStation, pero cada vez llegaba más tarde. Como trabajábamos a unos metros uno del otro la llevaba a su casa, me quedaba horas conversando y a veces tenía que tomar un taxi para regresar, incluso a veces no tenía suficiente dinero y tomaba un taxi hasta un lugar céntrico y luego caminaba.

Poco a poco dejé las amanecidas con los JRPG’s, los torneos caseros de Tekken 3 y dejé pasar varios “triple A” y juegos de culto. A los 6 meses me independicé de mis padres y me fui a vivir con ella. Por supuesto que llevé mi PS1, pero no logré que se interese por ningún juego; ni baile, ni plataformero, nada. Tampoco era que detestara los juegos, simplemente no eran lo suyo.

El PS1 empezó a acumular polvo, pero le tenía mucho cariño, hasta que se anunció el PS2 y la promesa de mejores gráficos y secuelas múltiples despertó al “gamer” que hibernaba en mí. Estaba decidido a comprar uno apenas me fuera posible.

Los clásicos instantáneos del PS2 me hicieron retomar muy en serio los juegos; GTA3, Silent Hill 2 y todos los juegos de pelea que salieron me hicieron dejar la PS2 en casa de mis papás ya que era el barrio donde estaban mis amigos. Digamos que empecé a frecuentar nuevamente mi antigua casa y estuve así por unos meses hasta que me casé.

Posteriormente nos mudamos y planeamos empezar una familia y lo logramos. Llegó mi primera hija, además de un nuevo (y más duro) trabajo que complicó mi afición mientras escuchaba elogios a MGS3 y FF12, además que algunos amigos migraban a la negrita Xbox. Yo ya no tomaba las decisiones solo.

El PS3 fue lanzado unos meses antes que naciera mi hija y la fecha pasó para mí sin pena ni gloria, no podía por más que quisiera comprarme uno. El mayor obstáculo era lo prohibitivo del precio: $599 en USA y en Lima ni imaginarlo. Aparte, tenía una larga fila de juegos sin terminar de su predecesora.

Pasaron un par de años y no me estaba yendo muy bien. Cuando esto pasa los primeros que entran a la lista de “cosas para revender” son los artículos no indispensables. Así es, adiós PS2… Para colmo de males me robaron la PC en la que tenía mis emuladores que usaba para darme un relajo con los clásicos de la infancia…, y es en ese momento que tuve que acostumbrarme a la ausencia de videojuegos.

Tratar de establecer prioridades puede ser frustrante, pero es algo que todos tenemos que hacer algún día. Me volví a sentir como un niño que pide un juguete demasiado caro: simplemente no estaba a mi alcance.

Tuvieron que pasar unos 3 años para nuevamente volver a nivelarme y así recién pude comprarme un Nintendo DS en el 2012 y un PS3 en el 2013. Y sí, algunos amigos se burlaron de lo tarde que hice mis adquisiciones…

Bueno, todo tiene su lado positivo:

  • – Perdí la ansiedad de jugar todo gran lanzamiento lo más pronto posible, lo cual también es bueno para mi bolsillo.
  • – El tener poco tiempo para dedicarle a los juegos hacen que los aprecie muchísimo más (y que sea bastante crítico cuando algo no me gusta también).
  • – La experiencia de compartir los juegos con mis 2 hijas y tratar de enseñarles a racionar el tiempo no es fácil, pero es la mejor forma de ayudarles a llevar un hobby saludable.

Hoy en día ya logré poner una consola, unos audífonos y un monitor de 24 pulgadas en mi dormitorio junto al televisor donde mi esposa mira televisión; así no nos aislamos mucho. Creo que es una buena tregua después de todo lo sucedido.

Así que ya saben, no teman al cambio, no teman dejar sus juegos (o cualquier otro hobby) porque se presentan nuevas oportunidades o suceden cambios imprevistos; siempre hay algo que aprender, algo que enseñar y algo que mejorar.

No, no es un mensaje de Coelho. Es un mensaje de alguien que durante muchos años jugó y jugó y tomó algunas decisiones que en ese momento afectaban su rutina “gamer”. Los juegos siempre van a existir y eso es lo más increíble de los videojuegos: son atemporales.

Cuando llegue el momento de un cambio no se estresen y recuerden que “NADIE NOS QUITARÁ LO JUGADO”.

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